Lo mejor para mi: fábula de la ardilla servicial

Cuento de despedida para una  clienta en Barcelona 31/01/2.006

Erase una vez, una delicada y bonita ardilla que vivía en el bosque.  Era una ardilla joven y bella, llena de sentimientos y vida interior.  Caminaba tímida y silenciosa, siempre, dibujando en sus labios una tenue sonrisa.

Hacía años que había dejado, con tristeza, el bosque de su infancia y aún recordaba, con añoranza, aquellos parajes que le acompañaron durante muchos años.

En el nuevo bosque creó su nido. Un nido grande, cálido, acogedor. En él vivía con su nueva familia. Cada mañana lo limpiaba y lo preparaba  para que todos los animales que vinieran se sintieran a gusto.

Tenía habitaciones acondicionadas para que pudiera venir cualquier animal del bosque. Puso pisto en la despensa por si venía mamá gorrión, excelentes gusanos por si venía papá búho. Tenía pipas para los loros, pequeños insectos para don camaleón. Colocó granos de trigo para las hormigas y miel para las moscas. Para todos había algo en su casa.

Era una perfecta anfitriona. Generosa. Siempre alegre y acogedora. Dispuesta. Servicial. Fuerte e incansable.

Deprisa corrió esta fama y muchos animales del bosque hacían cola para disfrutar unos días en su casa.

Un día,  mientras buscaba mariposas para don gavilán notó que le costaba saltar de rama en rama. Cómo si sus movimientos se volvieran más pesados y lentos y ello le  sorprendió y asustó. Hacía años que no sentía una sensación así.

–         » ¡Va!» -Pensó- «ya se te pasará. ¡No tiene importancia!»

Cuando llegó a casa vio la cola de animales que esperaban su hospitalidad y eso le enorgullecía y le daba fuerza para trabajar más y más. Tenía que ir deprisa porque los animales se empezaban a impacientar y algunos se enfadaban y hasta le exigían.

–          ¿Cuándo nos va a tocar? -Decía doña mosca-

–          ¡Llevamos días aquí y aún no hemos entrado! Decía don ratón

–          ¡Estamos pasando sueño y  frío! Decía doña marmota

–          ¿Qué te pasa? ¿Es que no puedes? –decía la mantis religiosa.

Ante tanta demanda decidió que lo mejor que podía hacer era no dormir por las noches. Aprovechar este tiempo para limpiar las habitaciones que quedaban libres.  Así lo hizo durante varios meses.

Cada vez el peso fue mayor. Las piernas ya no le aguantaban.

Un domingo rastrillando las hojas del jardín, debajo de una piedra, encontró un misterioso anillo en el que había una pequeña inscripción: “Lo mejor para mi”.

Aquella frase la descolocó.

–          ¿Qué clase de ser tan egoísta podía inscribir una frase como esa? ¿Cómo puede uno desearse lo mejor para él? ¿Y los demás qué?

Después de pensar un rato la ardilla,  que creía en las casualidades y en lo mágico, decidió ponerse el anillo.

De golpe, notó un gran peso encima de ella, sintió un sueño tremendo, el escozor  de sus manos agrietadas por tantas horas de trabajo. Sintió un gran dolor de espalda, un cansancio de años y años. Le parecía que se estaba volviendo loca.

Cabizbaja, con los ojos llenos de lágrimas entró en casa, cerró todas las puertas y las ventanas y se estiró en la cama. Durmió y durmió.

Cuando se despertó oyó los gritos y voces de todos los animales que hacían cola ante su casa. Ahora esas voces ya no eran tan exigentes como antes. No le intranquilizaban, simplemente le hacían consciente de lo necesitados que estamos todos.

Se asomó a la ventana y los miró con amor y comprensión. Con el mismo amor que sentía por si misma. Les comunicó que quería hablar con ellos y que les convocaba al atardecer alrededor de la gran encina.

La ardilla se preparó un baño de espuma caliente, colocó ramilletes de romero para perfumarse. Se desenredó todo el pelo y curó con gran delicadeza cada una de sus pequeñas heridas. Se felicitó por simplemente ser como era. Se acicaló como si de una fiesta nupcial se tratara. Se puso música, se estiró, respiró.

Cuando llegó la hora, miró al anillo y le agradeció su misteriosa magia. Salió con la humilde entereza y dureza que da la sabiduría. Su mirada era amorosa, su saltos ligeros y armoniosos. Iba poco a poco, cuidando de no tropezar, sintiendo su timidez y mirando a los animales que la esperaban.

Les dijo: “Gracias por haber venido. Sé que muchos de vosotros lleváis días esperando. Que estáis cansados. Reconozco que desde hace años llevo acogiendo a todos en mi casa y que es lógico que esperéis lo mismo para vosotros.

Gracias al anillo, me he dado cuenta de mi limitación, de que igual que vosotros yo también necesito de cuidados y ayuda. Quiero deciros que a  partir de hoy ya no voy a abrir las puertas de mi casa a todo el mundo.

Los animales del bosque se miraron perplejos, asombrados, anonadados de la claridad, rotundidad y sinceridad de las palabras de la ardilla. Algunos gruñeron, otros pensaron “así se habla”, otros reflexionaron :“quizás yo debería hacer lo mismo”.

Los animales se iban hacia sus casas. Antes,  el castor  le dijo a la ardilla si quería que le cortara leña. La ardilla aceptó gratamente.

Cuando llegó a casa encendió la chimenea,  preparó la cena para su familia, cenaron juntos,  fregó los platos en colaboración con los suyos y puso a dormir a sus hijos. Después se quedó un largo rato mirando el fuego, sin hacer nada.  Observando el anillo, mirando su cansancio, mirando su estómago, su corazón.  Sabiéndose limitada, amorosa, fuerte.

Jordi Sales.  31/01/2.006

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